
La amargura de las piñas
Costa Rica se ha consolidado como el principal exportador mundial de piña, un fruto que goza de fama internacional por su dulzura, pero cuya producción masiva esconde una realidad tóxica y devastadora tanto para sus trabajadores como para el medioambiente.
Dos de cada tres piñas que se consumen globalmente provienen de este país centroamericano. El negocio mueve más de mil millones de dólares al año, con unas 32.000 personas dependiendo directamente de su cultivo. Sin embargo, quienes se encargan de que esas piñas lleguen perfectas a las mesas del mundo a menudo trabajan en condiciones precarias, enfrentando exposiciones constantes a agroquímicos peligrosos.

Agrotóxicos y enfermedades invisibles
Los testimonios de trabajadores revelan un panorama preocupante: las sustancias químicas se aplican con escasa o nula protección, incluso mientras las personas están en el campo. La situación se agrava por la falta de información y de respuesta por parte de las empresas, que ofrecen indemnizaciones para silenciar denuncias.
Costa Rica utiliza entre 10 y 35 kilos de agroquímicos por hectárea agrícola al año, una cifra muy superior a países como EE.UU. o las naciones europeas. Algunos de estos compuestos están prohibidos en muchas partes del mundo.
Condiciones de vida inhumanas y represión sindical
El monocultivo de piña ha colonizado físicamente la vida de comunidades enteras. Casas, escuelas, tiendas y cementerios están rodeados por plantaciones que también invaden el aire con olores penetrantes y tóxicos.
En lo laboral, la situación no es mejor. Jornales que apenas alcanzan el salario mínimo, extensas jornadas bajo el sol y una total dependencia de las grandes compañías transnacionales como Dole, Chiquita o Del Monte. A quienes se atreven a sindicarse, se les vigila, se les amonesta o se les castiga indirectamente afectando también a sus familiares.
Alarmante transformación ambiental y social
En apenas dos décadas, la piña ha reemplazado a bosques y humedales. Y mientras Costa Rica se presenta internacionalmente como un bastión de la sostenibilidad, sus políticas internas permiten que los intereses empresariales pasen por encima del bienestar social y ecológico.
La piña costarricense puede ser dulce al paladar, pero su producción está dejando un reguero de injusticias, enfermedades y degradación ambiental. La historia de esta fruta revela un conflicto entre la riqueza que genera y el precio humano y ecológico que demanda. Mientras las exportaciones siguen creciendo, miles de costarricenses siguen atrapados entre el veneno y la necesidad.